Ahora que me he mudado de Hernandarias y vuelto a residir en Ciudad del Este, tengo mucho más tiempo para recorrer tranquilamente sus calles. Deseo observar con mayor detenimiento para así poder hablar de ella con cierta autoridad, o al menos eso pienso.
De esto hace cinco semanas y durante ese lapso, creo que algunas cosas mejoraron y otras siguen estando, igual o peor que hace 11 años atrás, cuando la dejé. Lo que ha mejorado es en cierta manera la fisonomía exterior del microcentro. Es decir, más florcitas, más pastito, más palmeritas, más pinturita y alguno que otro “mesitero” mejor acomodado.
Es decir, en la jerga ciudadana “mucho maquillaje” y nada más. Sin embargo en lo referente a los problemas de falta de infraestructura, es como si la ciudad se hubiera quedado detenida en el tiempo, librada al azar y dejada a la mano de Dios. Igualito que hace once años y medio. Desde que llegué a esta ciudad en 1981, le escuchaba comentar a las autoridades que estaban estudiando tal o cual proyecto, por lo que pienso que actualmente tenemos unos concejales demasiado aplicados, por estudiar tanto los planes que nunca se realizan.
Son tantas las prioridades que tiene esta bendita Ciudad del Este, que no alcanzaría estas setenta y cinco líneas para todo el listado, sin embargo me animo a citar solo algunas de sus más importantes carencias, sin seguir un orden de prioridades. No tenemos suficientes bocas de incendio en todo el microcentro, ni qué hablar de las áreas o barrios periféricos. En caso de haberlas, en el momento de su uso, no tienen la presión suficiente.
Padecemos constantes sequías y no se poseen reservorios alternativos o de emergencia para paliar los gravísimos momentos críticos que suele padecer frecuentemente la ciudadanía esteña, por falta del vital elemento. No se realizan inspecciones técnicas a los edificios de altura y si se lo hace es de manera superficial y con un solo ojo, ya que el otro mira al bolsillo del dueño de la propiedad. Cables eléctricos van y vienen y nadie sabe a ciencia cierta cuáles son sus funciones. Lo provisorio en nuestra ciudad se transforma en algo definitivo.
No existen cloacas ni plantas de tratamiento de aguas servidas, ni siquiera algún plazo tentativo para que se vea la posibilidad de su realización. A pesar de todas las campañas de concientización que hubo al respecto, todavía se observa mucha basura en la calle. Un poco porque algunos comerciantes, los menos, no pagan los servicios de recolección. Este tampoco es muy eficiente que digamos y la misma gente que tampoco colabora, esto hace que nuestra ciudad, a ciertas horas del día, parezca un verdadero chiquero.
A la entrada misma del país, en la llamada zona primaria, está lleno de casillas de madera que dan una pésima primera impresión; eso, si es que se desea tener a nuestra ciudad como un polo turístico. Esta imagen de país pobre que proyectamos realmente da mucho más que lástima.
Pasaron muchos años pero continúan como entonces, la costumbre de los zorros coimeros, que esperan agazapados a cuanto comprador “rapai” aparezca conduciendo un vehículo con chapa brasilera. Siempre prestos para hacer de las suyas. Sin embargo hacen la vista gorda a la hora de inspeccionar a los vehículos de pasajeros, que circulan con el reggaeton a todo volumen, en un estado lamentable de higiene, sin pasamanos seguros y el piso con tanta tierra como para plantar mandioca.
En cuanto a las calles tiene más baches profundos que cualquier ciudad de Irak, sin hablar de la de las áreas o barrios periféricos, porque esas si que llevan tantos años sin mantenimiento que es imposible transitar, sin embargo siguen llegando las facturas municipales que incluyen luz, barrido y limpieza. Eso significa que nuestro titular del Departamento de Hacienda tiene un gran sentido del humor.
Prácticamente no existen veredas sanas en el microcentro ni que decir más allá de Oasis. Existe la misma invasión de siempre por parte de centenas de mesiteros. La municipalidad hace el ordenamiento de 5 mesitas y se instalan 150 al otro día. Con rubros cada vez más exóticos y variados como la imaginación le dé a la necesidad de trabajo: venta de chips de todas las compañías, bananas, reparación de celulares, venta de lotes en cuotas, camisetas de Cerro y Olimpia o lo que se le venga en gana. El caos en las veredas es tremendo.
Si a este descontrol callejero se les agrega a los comerciantes que también sacan su mercadería a la vereda, obligándonos a descender a la calle, entonces todo está completo. Solo once años y medio para que haya más florcitas, más pastito, más palmeritas, más pinturita y alguno que otro “mesitero” mejor acomodado es demasiado poco para tanto tiempo. ¿O me equivoco?
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