domingo, 26 de septiembre de 2010

FANTASMAS SOBRE DOS RUEDAS


No es la primera vez que me refiero sobre los audaces motociclistas, pero parece que volver a tocar este tema, hoy en día, se hace más que necesario. Y en esta oportunidad quiero aludir a los moto-taxistas de Ciudad del Este, muy específicamente.

La tremenda escasez de trabajo ha hecho que el ingenio popular haya creado innumerables huecos de necesidades en el mercado y este mismo rápidamente los acepta y absorbe, generalmente por ser de una sencillez práctica asombrosa. Los vendedores de yuyos es una de ellas, por ejemplo. Nadie tiene tiempo ni ganas para ir a buscar por ahí, hierbas y luego transportarlas hasta su lugar de trabajo.

Por lo tanto existe un puesto de venta a una prudencial distancia entre uno y otro, satisfaciendo una necesidad tradicional de tomar “terere” con remedios. Con esto logran cubrir toda la ciudad, sin encimarse ni pelearse por los clientes. Lo mismo ocurre con los “chiperos”, o con los vendedores de diarios. Sin embargo, los moto-taxistas han crecido en demasía y hasta saturan a la ciudad.

Nadie se opone a que trabajen y lleven el pan a sus mesas, sin embargo caen en la misma falta de consideración y abuso que los “mesiteros”, que se adueñan de la calle como si les perteneciera y se olvidan que es el transeúnte común, quien les da de comer y al que de ninguna manera respetan. Lo hacen descaradamente entorpeciendo el paso por la vereda, que no les pertenece pero que se apropian de la misma como si esta lo fuera.

Por lo tanto,  obligan al peatón a pasar de costado, como las figuras egipcias, entre las cientos de mesitas que pululan por la ciudad. En el peor de los casos o bien, se debe descender a la calle, con el consiguiente peligro que esto conlleva, corriendo el riesgo se ser atropellado. Otra falta de respeto lo constituye el alto volumen que colocan  sus equipos de audio, los innumerables vendedores de CD y DVD piratas, que atormentan no solo a los desprevenidos transeúntes, si no a los pobres comerciantes que tienen la desgracia de tener sus locales cerca de sus puestos de venta.

Algo parecido está ocurriendo con los moto-taxistas. Nacieron como una necesidad de llegar rápido a destino, en una ciudad con un tránsito caótico y congestionado. Cumplen con su cometido, pero ¿a qué precio? Serpentean como endemoniados entre los vehículos estacionados o en movimiento, arriesgando su propia vida y la de su eventual pasajero. Evolucionan sus  piruetas, esquivando peatones, vehículos, carritos cargados con electrónicos y otros colegas que andan tan veloces como el primero.

Son verdaderos fantasmas en dos ruedas, que aparecen por donde menos se los espera. Con aceleraciones que casi impiden esquivarlos. En varias oportunidades les he mandado mi rosario de maldiciones, todas imposibles de reproducir, por pasar tan cerca de mí, que hasta sentía como afeitaban mis nalgas.

Cuanto uno más se acerca al Puente de la Amistad, más y más motos  aparecen. Pero si a estos profesionales, se les suma los cientos de particulares, que también circulan en estos endiablados vehículos de 2 ruedas, entonces tendremos un potencial peligro, para nosotros: los indefensos peatones.  

Uno de los reclamos más reiterados que hacen los mismos  motociclistas es que los ómnibus, los camiones y los conductores de automóviles de ninguna manera los respetan en el tránsito. Y eso es totalmente cierto, tanto como que los mismos motociclistas tampoco lo hacen con los peatones. Por lo tanto, el muerto se asusta del degollado.

Claro que también los accidentes ocurren, pero son las imprudencias las que decididamente lo provocan. Es comprensible que la competencia entre ellos mismos sea despiadada, que cuanto más rápido se deposite al cliente en su punto de destino, será mucho mejor, y más rentable la jornada, pero los peatones no tenemos la culpa de ello. Los niños y la gente mayor son los blancos potenciales a sufrir las graves consecuencias de sus correrías.

Nadie está en contra de nadie, pero sí a favor de cosas que bien pueden evitarse. Hay una velocidad prudencial para conducir dentro de la ciudad. Sin embargo nuestros compatriotas son renuentes a acatar cualquier tipo de normas preestablecidas y sólo las obedece cuando se le toca el bolsillo. Como ahora con el caso de la limpieza de los terrenos baldíos.

Sería muy interesante que los propios dirigentes de las asociaciones que los agrupa, los instruyera, no sólo de este tema, si no del pésimo comportamiento que ofrecen a la ciudadanía, en sus paradas establecidas, cuando esperan pasajeros. Es vergonzoso y denigrante solo verlos acometer con cuanta mujer pasa cerca o hacer “roncar” durante largos minutos a sus vehículos, como si fuera un taller mecánico.

Esperemos que estos muchachos se encarrilen de una buena vez por todas, teniendo en cuenta que nacieron como una solución para agilizar el tránsito, no para que ellos se tornen unos verdaderos fantasmas sobre 2 ruedas.

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