miércoles, 15 de septiembre de 2010

LADRÁNDOLE A LA LUNA

Algo raro me está sucediendo y no conozco el motivo para que me sienta de esa manera. Entonces empiezo a repasar un montón de posibilidades. No sé cómo podría definirlo. Es una especie de sensación frustrante, la que percibo dentro de mí. Tal vez sea difícil decirlo con palabra, pero he sido invadido por un total, profundo y desolador vacío, probablemente después de haber lanzado decenas de denuncias por este y otros medios. 



Tantas como lo hacen todos los santos días, los cientos de colegas dentro del territorio nacional. Y por esto he caído en la cuenta que no existe nada más inútil y estúpido que un perro ladrándole a la luna. Y de una manera u otra siento que estoy haciendo lo mismo que el perro: una cosa inútil.

Sin embargo, puedo decir que dentro del malestar anímico que me deja un leve sabor amargo, puedo decir abiertamente que tengo la plena suerte de estar en un medio modesto, en cuanto a herramientas e infraestructura, pero donde se puede respirar libertad de prensa.

Y esto compensa con creces el hecho que jamás se me haya puesto una mordaza o simplemente insinuado una autocensura. Otros colegas, por desgracia, por mucho menos que eso, pierden su fuente de ingresos, solo por haber cometido el grave pecado de hacer bien su trabajo.

Creo que la palabra decepción se ajusta mucho más que otras que figuran en el diccionario castellano. Saber que se investiga, se lee, se invierte tiempo, se siguen datos concretos, comiendo a deshora y durmiendo mal. Siempre con la mente fija en descubrir la verdad de los hechos. O al menos como se dice en la jurisprudencia: “una semi plena prueba”.

Ya con las evidencias en la mano, arrojar el guante a la opinión pública, para que ella misma la juzgue y de paso algún funcionario del poder judicial, de oficio, comience su propia investigación. Normalmente cuando la justicia comienza a rodar, muchas cosas se movilizan, desde expedientes que van y vienen hasta el choque de intereses entre acusados y acusadores.

Sin embargo todo sigue en su sitio, nada ha cambiado en el último año. Eso es “gatopardismo” un término que significa “cambiar algo para que nada cambie”. Esta expresión figura en la novela El Gatopardo, del escritor italiano Giuseppe Tomaci Di Lampedusa. Por lo tanto si nada ha cambiado ni nada se ha movido, entonces hemos fallado en nuestro modesto intento y humilde pretensión por mejorar esta sociedad.

¿Romanticismo?, ¿estupidez?, ¿ingenuidad?, ¿sueños utópicos?, ¿creer que los malos siempre pierden, pero que hasta ese momento la pasan bastante bien?, ¿que los buenos mueren rápido?, puede ser una de estas razones o una buena mezcla con estos ingredientes contradictorios.

Por lo tanto, las 1.500 pistas clandestinas, los grandes plantíos de marihuana, disimuladas entre la soja en estancias con dueños brasileros, el constante robo de bebés en los hospitales paraguayos que no tienen vigilancia, el corte de madera y su transporte por rutas nacionales sin ser interceptados por la autoridad. Las famosas chapas paraguayas que han sido un total fracaso, a pesar que el Estado embolsó una gran fortuna con la nueva identificación de los vehículos.

Los brasileros siguen falsificando sus estampillas fiscales en Ciudad del Este y los paraguayos pagando el “pato”. La pornografía y los perfumes “truchos” se siguen vendiendo como pan caliente en las mesitas de esta gran metrópoli. Balas y cartuchos atraviesan todos los días el Puente de la Amistad, en complicidad con la “ñembo” estricta Receita Federal.

Se sigue contaminando la tierra con agrotóxicos y son los niños los grandes perdedores en esta historia. Las vacas y los caballos siguen ocasionando graves accidentes en las rutas nacionales. Los infectados de Sida no disminuyen a pesar de la poca o nada publicidad del Ministerio de Salud. Las empresas estatales les siguen robando a los usuarios, con tarifas que no se respetan y encima soportar su consabida ineficiencia.

Para rematar, tenemos un presidente, que por suerte le queda ya poco tiempo en el poder, y que se ha dedicado a satirizar sin piedad a la prensa. Parece que su memoria falla tanto como su medicación, ya que se olvida que cuando era pobre, comía gracias al periodismo del que ahora reniega. Parece que el famoso dicho “no hay peor astilla que la del mismo palo” tiene algo de razón.

Posiblemente mi depresión se deba un poco al síndrome de las fiestas de fin de año. Por lo tanto rezo fervientemente para que este duro año pase lo más rápido posible, con la esperanza que el próximo se cumplan alguna de estas dos posibilidades: que reventemos de alegría por el cumplimiento de algunos de nuestros sueños o que nos terminen de reventar las nuevas autoridades.

1 comentario:

  1. Yo también deseo que termine el año mi amigo. Muy bueno el blogs, debo confesar que me sorprendiste la rapidez con que aprendiste a manejarlo...

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